Tragicontrastes

Los hermanitos iban caminando por la playa en dirección al horizonte. “Pulpo, lambí”, dijeron, bajo el estridente sol de las 2 de la tarde de un domingo. Debían tener como 12 o 13 años. En el momento en que los vi, pasaban por delante de los glamorosos edificios nuevos de Juan Dolio.

Lejos estaban de imaginar lo que era la vida burguesa, aquello de tomar el carro y decidir viajar hasta allí para simplemente tirarse a coger sol. Para ellos éramos la gente que estaba en la playa y que podía quizá comprar su mercancía. Para ellos el mar era esa cosa natural de la que disfrutan de un modo silvestre. No repararon en la desigualdad que grababan sus pasos en la arena. Ni por un instante les pasó por la cabeza que un domingo podrían haber estado en casa compartiendo una comida, de viaje o de excursión.

Todavía no alcanzaban a saberse del lado de los jodidos, de los que tienen que hacer milagros para salir de la pobreza sin corromper sus principios. Iban entretenidos, hablando de sus cosas, riendo sinceramente, paseando su negra piel que lograba tolerar aquellos rayos de sol criminales, sin bloqueador solar y sin zapatos.

Entonces se vio claramente de nuevo: Tanto contraste que grita ante nuestros ojos hasta que un día no los escuchamos más. Uno se acostumbra a los niños solos en los semáforos, a los sirvientes que sienten que han nacido para eso, que en su trato  traspasan una especie de pasión servil que les sale de muy dentro.

Son los contrastes que marcan los puntos de vista. Uno contra otro bajo el sol del Caribe. Entre paréntesis en el medio de sus aguas. Con la sensación de privacidad que da no estar físicamente conectado al resto del mundo. Con la sensación de claustrofobia que da saber que no puedes correr hacia ningún lado.

Los pobres tan tremendamente lejos, tan distantes del milagro de salir honradamente de su realidad y dar un salto considerable. Tan pocos los que en el camino no deciden, qué coño, tener dinero de cualquier manera. ¿Quién puede juzgarlos? ¿Quién desde su sillón cómodo, su aire acondicionado, sus tres comidas y sus perspectivas de vida?

De alguna manera milagrosa el país no estalla. La gente sigue unas mínimas, ínfimas reglas de convivencia y parecería por momentos que se está muy conectado. Como dos países en uno. Como dos historias que convergen entre los blanquitos, los mulatos y los negritos. Entre los que tienen mucho o al menos algo, y los que necesitan de ellos para comer.

Pese a todo, la triste convicción de que intentar romper del todo esas reglas tácitas es una falacia, y que más vale entender el caos y su oscuro equilibrio y aceptar que así funciona la vaina.

Acerca de pachymora

Escribir es una necesidad de mi ser. Hacerlo en libertad es una posibilidad de este espacio. Sentir que tengo compañía es maravilloso. Hablo con todos y con nadie. Pero si es con al menos alguien, me doy por servida.
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Una respuesta a Tragicontrastes

  1. Mary Loly de Severino dijo:

    …Estupendamente escrito …»léase denuncia»

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